No queda mucho de la antigua fortificación islámica. Casi
todo lo que puede verse en la actualidad fue edificado a partir de 1242,
después de la conquista cristiana. Sucesivas reformas y ampliaciones del
conjunto fueron conformando la grandiosa fortaleza que aún podemos contemplar.
Durante la Guerra de la Restauración, que acabó con la
independencia de Portugal, ocupada por los españoles desde los tiempos de
Felipe II, las construcciones militares cercanas a la frontera luso-española jugaron
un papel decisivo en la victoria portuguesa. Por ello podemos decir que quizás
fue la época de mayor esplendor de Juromenha.
La grandiosidad de este conjunto de edificaciones sólo puede
entenderse en toda su dimensión al pasear por las ruinas del recinto, donde se
mezclan los restos de calles y viviendas con barbacanas, fosos, pasadizos,
varias iglesias y capillas, aljibes, cuadras, mazmorras y un extenso número de
edificaciones, de las que se hace difícil precisar su cometido.
No parecen estar claros los motivos por los que los
habitantes del interior del castillo se trasladaron extramuros del mismo a
principios del siglo pasado, pero es seguro que ello conllevó el total abandono
de la fortaleza y que significó el principio del deterioro.
El hecho de que, hace ya algunos años, este conjunto arquitectónico fuera declarado Inmueble de Interés Público no parece ser garantía de su conservación y cuidado.
Además del antiguo ayuntamiento, los baluartes y una de las
iglesias, lo mejor conservado es sin duda la Torre del Homenaje, visible desde
la orilla española. Desde su terraza, a casi cincuenta metros de altura, se
obtienen incomparables vistas del río Guadiana y del cercano embalse de
Alqueva.